martes, 2 de marzo de 2010
La semiótica del espacio y la fuerza de las miradas - Por Florencia Escudero - La Voragine Revista de Teatro
Un chico de 25 años se compra un baño. A lo largo de toda la obra, el espectador trata infructuosamente de armar el rompecabezas que plantean los personajes para entender que tipo de motivación puede llevar a un chico de 25 años a comprarse, por el solo hecho de tenerlo, el baño de su vieja escuela.Para Matías (Juan Ruy Cosín), el baño tiene una carga emocional que ni el público ni el resto de los actores logra entender. Pablo (encarnado por Andrés Ciavaglia), repite continuamente desde su estupor: “Boludo, te compraste un BAÑO”, como si Matías no estuviese en pleno uso de sus facultades mentales.
En una primera instancia, el público coincide con Pablo, porque parece más equilibrado que su amigo e inclusive demuestra cierto temor frente a sus actitudes. Pero esa aprehensión desaparece cuando Leandra (Francisca Ure) entra en escena.
Leandra es la tercera en discordia: ella esconde una relación tormentosa con Pablo y a su vez esconde un secreto de Matías que implica directamente a su amigo. Su irrupción en escena desata el instinto sexual de uno y devela con una violencia insólita el secreto que tan celosamente guarda el otro. En esta especie de triangulo amoroso se aprecia uno de los mas grandes aciertos en la dirección de Perotti, porque muestra claramente como los personajes no se pueden definir a si mismos, sino que se van conformando en su relación con los demás.
El cuarto personaje del elenco es Lala (Alejandra Carpineti), la novia oficial de Pablo, cuya función principal es aliviar las tensiones que se generan entre los otros tres protagonistas sin participar mucho del enredo.La historia que une a estos personajes se construye sobre una base de omisiones, ya que ninguno consigue expresar abiertamente lo que en el fondo quiere decir. Los diálogos descubren la angustiante soledad de los personajes, pero las omisiones, las pausas y los silencios tienen mucho más peso y densidad que los parlamentos mismos. Para Eugene Ionesco, la gente debe hablar para existir, porque “solo cuando hablan se sienten vivos”: los personajes de Porque todo sucedió en el baño tienen muchas dificultades para comunicarse, y eso los convierte en seres absurdos, insondables, encadenados a una existencia patética y sin sentido. En otras palabras, estos personajes dan la impresión de estar “muertos en vida” por el tormento que les causa el no poder expresar correctamente lo que desean.
En un intento un poco infantil por expresarse, deciden “jugar al psicoanálisis” y que cada uno diga lo primero que se le ocurra. Es en el único momento de la obra en el que parecen sincerarse, pero las consecuencias del juego son nefastas.A medida que el espectador empieza a comprender el nexo enfermizo que une las tres historias, la escenografía adquiere cada vez más carga semiótica. Ya no es un simple baño escolar, sino el espacio en donde los personajes descubrieron, diez años atrás, quienes son realmente. Es por eso que Pablo sigue volviendo a visitar a Matías, aunque la primera vez éste lo haya golpeado y maniatado en un arrebato de celos; y Leandra continúa buscando a Pablo aunque éste la denigre física y moralmente. La escenografía deja de ser un mero componente teatral y pasa a ser el eje en torno al cual se organiza toda la intriga, a medida que se la va cargando de significación: todo sucedió en el baño, todos se sienten inevitablemente atraídos por lo que ese espacio físico representa.
Matías no es un personaje de muchas palabras, de mirada inescrutable y perturbada, nunca se sabe bien que está pasando en su interior. Es el más afectado de los tres personajes, el único que no pudo seguir adelante con su vida después del episodio transcurrido en ese mismo lugar, hace diez años. Sólo adentro de ese baño puede ser él mismo, es el único lugar en donde siente que va a poder confesarle sus sentimientos a Pablo, aunque al final nunca lo consigue.
Leandra es violentamente provocativa en todos los aspectos de su carácter, y lo demuestra con agresiones físicas y verbales. Se da a entender que mantiene con Pablo una relación sexual hace varios años, de la que ambos se sienten prisioneros y que no pueden abandonar voluntariamente. Es tan fuerte la tensión sexual que logran recrear estos dos personajes, que el público la percibe aunque los actores estén uno en cada punta del escenario.
Parece estar muy trabajado el tema de las miradas que se dirigen mutuamente cuando están juntos, especialmente en Pablo: cuando está solo, tiene la mirada ausente, indiferente, del que deja las cosas pasar; pero cuando está frente a Leandra sus ojos se llenan de odio, pasión o complicidad. Esa apatía general de Pablo se refleja a la perfección en su noviazgo con Lala, el personaje cómico de la obra. Según Pablo, es una chica dulce, delicada, frívola, que “no lo molesta” y “no le cuestiona nada”… el polo exactamente opuesto a Leandra, que lo fascina con su actitud pendenciera. Lala nunca entra en la intimidad del baño; las escenas que la incluyen transcurren en un aeropuerto internacional (un atinado juego de luces permite que el mismo ambiente se divida en dos). Eso la margina un poco del resto de los personajes, pero en muchos puntos está íntimamente ligada a ellos, y su presencia es clave para mantener el equilibrio en la obra.
Cuando Pablo describe su relación con Lala, emplea una frase memorable que arranca varias risas entre el público: “Lala es una buena chica para este momento que estoy pasando”. Al ser ella tan vana y tan superficial se da a entender que Pablo también se siente vacío, y de alguna manera, su novia lo abstiene de cuestionarse cosas o de resolver asuntos pendientes. Sin embargo, en la escena final se distingue un sutil cambio en el carácter de Lala: con la mirada perdida y recostada sobre el hombro de Pablo, que la acaricia resignado, deja entrever una profunda tristeza. Esta obra de Perotti está vagamente inspirada en la novela del escritor japonés Yasunari Kawarata Lo bello y lo triste, que terminó de leer en La Habana durante la gira con La omisión de la familia Coleman (la aplaudida obra de Claudio Tolcachir en donde Perotti hace de Marito).
En los viajes sucesivos escribió las primeras escenas y los personajes se fueron conformando casi espontáneamente hasta que encontró la manera de unirlos en una misma historia. El resultado es una muestra de la capacidad que tiene el ser humano para esconder sus deseos y sentimientos, si esto significa evitar el dolor que acarrea el develamiento de la verdad.
En una primera instancia, el público coincide con Pablo, porque parece más equilibrado que su amigo e inclusive demuestra cierto temor frente a sus actitudes. Pero esa aprehensión desaparece cuando Leandra (Francisca Ure) entra en escena.
Leandra es la tercera en discordia: ella esconde una relación tormentosa con Pablo y a su vez esconde un secreto de Matías que implica directamente a su amigo. Su irrupción en escena desata el instinto sexual de uno y devela con una violencia insólita el secreto que tan celosamente guarda el otro. En esta especie de triangulo amoroso se aprecia uno de los mas grandes aciertos en la dirección de Perotti, porque muestra claramente como los personajes no se pueden definir a si mismos, sino que se van conformando en su relación con los demás.
El cuarto personaje del elenco es Lala (Alejandra Carpineti), la novia oficial de Pablo, cuya función principal es aliviar las tensiones que se generan entre los otros tres protagonistas sin participar mucho del enredo.La historia que une a estos personajes se construye sobre una base de omisiones, ya que ninguno consigue expresar abiertamente lo que en el fondo quiere decir. Los diálogos descubren la angustiante soledad de los personajes, pero las omisiones, las pausas y los silencios tienen mucho más peso y densidad que los parlamentos mismos. Para Eugene Ionesco, la gente debe hablar para existir, porque “solo cuando hablan se sienten vivos”: los personajes de Porque todo sucedió en el baño tienen muchas dificultades para comunicarse, y eso los convierte en seres absurdos, insondables, encadenados a una existencia patética y sin sentido. En otras palabras, estos personajes dan la impresión de estar “muertos en vida” por el tormento que les causa el no poder expresar correctamente lo que desean.
En un intento un poco infantil por expresarse, deciden “jugar al psicoanálisis” y que cada uno diga lo primero que se le ocurra. Es en el único momento de la obra en el que parecen sincerarse, pero las consecuencias del juego son nefastas.A medida que el espectador empieza a comprender el nexo enfermizo que une las tres historias, la escenografía adquiere cada vez más carga semiótica. Ya no es un simple baño escolar, sino el espacio en donde los personajes descubrieron, diez años atrás, quienes son realmente. Es por eso que Pablo sigue volviendo a visitar a Matías, aunque la primera vez éste lo haya golpeado y maniatado en un arrebato de celos; y Leandra continúa buscando a Pablo aunque éste la denigre física y moralmente. La escenografía deja de ser un mero componente teatral y pasa a ser el eje en torno al cual se organiza toda la intriga, a medida que se la va cargando de significación: todo sucedió en el baño, todos se sienten inevitablemente atraídos por lo que ese espacio físico representa.
Matías no es un personaje de muchas palabras, de mirada inescrutable y perturbada, nunca se sabe bien que está pasando en su interior. Es el más afectado de los tres personajes, el único que no pudo seguir adelante con su vida después del episodio transcurrido en ese mismo lugar, hace diez años. Sólo adentro de ese baño puede ser él mismo, es el único lugar en donde siente que va a poder confesarle sus sentimientos a Pablo, aunque al final nunca lo consigue.
Leandra es violentamente provocativa en todos los aspectos de su carácter, y lo demuestra con agresiones físicas y verbales. Se da a entender que mantiene con Pablo una relación sexual hace varios años, de la que ambos se sienten prisioneros y que no pueden abandonar voluntariamente. Es tan fuerte la tensión sexual que logran recrear estos dos personajes, que el público la percibe aunque los actores estén uno en cada punta del escenario.
Parece estar muy trabajado el tema de las miradas que se dirigen mutuamente cuando están juntos, especialmente en Pablo: cuando está solo, tiene la mirada ausente, indiferente, del que deja las cosas pasar; pero cuando está frente a Leandra sus ojos se llenan de odio, pasión o complicidad. Esa apatía general de Pablo se refleja a la perfección en su noviazgo con Lala, el personaje cómico de la obra. Según Pablo, es una chica dulce, delicada, frívola, que “no lo molesta” y “no le cuestiona nada”… el polo exactamente opuesto a Leandra, que lo fascina con su actitud pendenciera. Lala nunca entra en la intimidad del baño; las escenas que la incluyen transcurren en un aeropuerto internacional (un atinado juego de luces permite que el mismo ambiente se divida en dos). Eso la margina un poco del resto de los personajes, pero en muchos puntos está íntimamente ligada a ellos, y su presencia es clave para mantener el equilibrio en la obra.
Cuando Pablo describe su relación con Lala, emplea una frase memorable que arranca varias risas entre el público: “Lala es una buena chica para este momento que estoy pasando”. Al ser ella tan vana y tan superficial se da a entender que Pablo también se siente vacío, y de alguna manera, su novia lo abstiene de cuestionarse cosas o de resolver asuntos pendientes. Sin embargo, en la escena final se distingue un sutil cambio en el carácter de Lala: con la mirada perdida y recostada sobre el hombro de Pablo, que la acaricia resignado, deja entrever una profunda tristeza. Esta obra de Perotti está vagamente inspirada en la novela del escritor japonés Yasunari Kawarata Lo bello y lo triste, que terminó de leer en La Habana durante la gira con La omisión de la familia Coleman (la aplaudida obra de Claudio Tolcachir en donde Perotti hace de Marito).
En los viajes sucesivos escribió las primeras escenas y los personajes se fueron conformando casi espontáneamente hasta que encontró la manera de unirlos en una misma historia. El resultado es una muestra de la capacidad que tiene el ser humano para esconder sus deseos y sentimientos, si esto significa evitar el dolor que acarrea el develamiento de la verdad.